Todavía recuerdo con claridad despertarme la mañana del día de Reyes junto con todos mis primos en la casa de mis abuelos, las ganas casi incontrolables por ver si los regalos que habíamos pedido estaban en el salón, esperando a ser abiertos...

Aquel año, había un regalo que ninguno habíamos pedido: un juego del bingo. Para sorpresa de todos, sería después el juego más utilizado por todos nosotros fin de semana tras fin de semana, cuando íbamos a pasar los ratos libres a casa de mis abuelos. Generación tras generación...

Y ahora que veo a mis sobrinos en el suelo jugando con el bingo, como lo hacíamos nosotros a su edad, me trae recuerdos entrañables. No tiene cartones para participar y la estructura está partida en un par de sitios. Pero el verdadero valor de ese juguete no está en su forma, sino en los grandes momentos que pasamos construyendo familia junto a el.

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