Yo tengo un hermano menor. Sin embargo, hubo un tiempo en el que había dragones en el salón, y ahí yo era la pequeña princesa. Cuando los cojines, mesillas y sofás apilados eran un fuerte... yo era la pequeña princesa. Cuando la parte alta de la escalera de casa era la torre más alta, yo era la pequeña princesa. Lo era cuando el juego de baldosas blancas y negras nos hacía brincar esquivando agujeros de lava en un volcán, o cuando papá era el oso que protegía el castillo. 

Y mi hermano menor, que jugaba a ser mayor, me protegía siempre en nuestras crónicas como un fiel guerrero. Su espada y escudo de madera eran la armadura que nos salvaba contra todos los malos. Eso, y su valentía. Luchaba sin fin en paisajes helados o en panoramas en llamas en el centro de la tierra, equipado con su escudo y con su espada. Y fue así durante años. Sin duda, el mejor regalo que aquellas Navidades nos hizo tía Ana.

Un día, el fin de nuestros cuentos llegó antes de que fuéramos mayores. La espada se partió en dos y el escudo se resquebrajó por las esquinas. Recuerdo buscar en la feria medieval de nuestra pequeña ciudad, que vuelve con alegría cada septiembre, una espada y escudo nuevos. Sin embargo, el artesano que moldeaba los instrumentos de nuestras hazañas nunca más volvió. 

Restaurar la espada y el escudo, nos haría recuperar la ilusión de nuestros recuerdos a mí y a mi compañero de aventuras.

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